Considero cada thangka como un diálogo entre el pasado y el presente. Mi objetivo es honrar la tradición e invitar a la gente a conectar con el arte budista tibetano de una manera significativa.

La pintura thangka es un puente entre la tradición y mi propia interpretación. Cada pincelada me enseña paciencia y atención plena, y me permite expresar la belleza de la cultura tibetana en cada pintura.

Pintar thangkas es más que crear arte; es un acto de devoción. Cada línea y color debe resonar con la pureza del corazón y la mente para capturar verdaderamente la esencia de la deidad.

Pintar thangkas no es solo una habilidad, sino una práctica del corazón. Cada pincelada requiere concentración y devoción. Espero que mis obras transmitan compasión y serenidad a quienes las contemplan.

Al pintar deidades protectoras, debo plasmar su energía en cada pincelada. Es una responsabilidad sagrada, y el thangka se convierte en un guardián espiritual para quienes lo veneran.